Nota para el diario La Capital

Quien los sufre, siente que el corazón se le va a salir del pecho y cree que puede morir, mientras el médico de la guardia le asegura que es simplemente “ansiedad y nerviosismo”, y peor aún, que no hay causa alguna.

De pronto siente palpitaciones, la vista se nubla, le cuesta respirar y le parece que el tiempo se detiene y que todo transcurre en cámara lenta y “algo” que está aconteciendo que está fuera de control. Toda esta sintomatología aparece de repente, en cualquier momento, lugar y situación. A veces surge en el auto, otras en el colectivo o en el subte y, aunque pueda desaparecer al cabo de pocos minutos, a quien lo sufre siempre le queda una fuerte sensación de miedo y de peligro, como si se hubiera salvado de milagro “algo” que ni siquiera puede definir. Queda no obstante el miedo a que ese “ataque” se repita, en cualquier momento, y sin saber cómo prevenirlo.

Lo que hago para aliviarme es lo que agrava el cuadro

Estos accesos inesperados y recurrentes son un problema masivo, una epidemia característica de nuestras sociedades urbanas. La persona que sufre estas crisis no sabe por qué le ocurren e intenta de todas las maneras posibles evitarlas o abortarlas cuando se manifiestan. Comienza a desarrollar hábitos y conductas que cree que ayudan, pero en realidad limitan su vida. Evita situaciones que el cree podrían causar  el “ataque”, se prohibe de efecutar actos que podrían desencadenarlo y realiza otros porque intuye que pueden atenuar las consecuencias. De esta forma la persona deja de viajar en transporte público, deja de salir y tener interacción social en restaurants o bares, deja de ir al cine, al teatro y al gimnasio; incluso puede dejar de tener actividad sexual. La vida del paciente se vuelve muy limitada y solitaria. Así, el impacto “social” de los ataques de pánico pueden llegar a ser tan destructivos como el propio episodio.

¿Qué síntomas tiene?

Cuando la persona que se enfrenta a este problema se da cuenta del círculo en el que entró, busca desesperadamente pistas para entender qué le ocurre.

Lo primero que percibe es que la sensación de pánico aparece unida a manifestaciones físicas: mareos, falta de aire, vista nublada, palpitaciones. Y piensa que tal vez todo se deba a algún problema corporal. Suele empezar entonces un largo camino por consultorios médicos de diversas especialidades, donde se escucha casi siempre la misma respuesta: “Usted no tiene nada en absoluto, sus exámenes clínicos han salido del todo normales, deje de preocuparse”.

Pero esta respuesta no despreocupa, sino que inquieta mucho más, ya que la persona que padece ataques de pánico tiene entonces la sensación de que todo lo que ha contado en sus visitas médicas “no existe”, y se sumerge poco a poco en un estado de angustia y confusión. Cuando sale de una crisis, la persona se pregunta inmediatamente por su identidad: “¿Soy yo realmente, esto me está pasando realmente a mí?”. No se reconoce ni reconoce el lugar y los objetos de su alrededor: “He estado mil veces en este lugar, pero es como si fuera otro, no sé, distinto, peligroso”.

¿Qué ha pasado en la sociedad para que estos ataques sean tan comunes?

 Cabe pensar que algo malo ha sucedido en la relación del ser humano con el prójimo, con su medio, con los valores, con la naturaleza, con el sentido de la vida.

Se ha instalado un sentimiento de distanciamiento con “el otro” quedisminuye nuestra posibilidad de asimilar lo extraño, de darnos tiempo para que lo novedoso muestre sus atractivos sin que nos inspire temor, desconfianza y, al final, angustia.

Pero tengamos en cuenta que existe una experiencia de la angustia que es universal, constitutiva de nuestra condición humana. ¿En qué consiste, y por qué señalo que es una “experiencia”?

Al decir que es una experiencia y no sólo un sentimiento, quiero expresar que pertenece simultáneamente al ámbito de nuestros sentimientos, de nuestras sensaciones corporales y de nuestros pensamientos. Nos afecta en todos los ámbitos como seres humanos que somos.

La palabra angustia (angst, en alemán) remite a “angosto”, a estrecho, a esa sensación de opresión del pecho que sentimos como dificultad respiratoria y miedo a la muerte. Los anglosajones la llaman “ansiedad” (anxiety). La ansiedad se parece casi por completo a su hermano el miedo, pero no es lo mismo.

La angustia es un miedo sin objeto evidente. La vamos construyendo a lo largo de la vida, a medida que percibimos que estamos solos y que algún día moriremos.

Esta angustia es universal e inevitable, un trasfondo de desolación sobre el cual se construye toda la existencia humana.

EL MIEDO ES ÚTIL

El miedo tiene la importante misión de alertarnos sobre posibles amenazas a nuestra integridad. El miedo es un arma defensiva que nos previene de los peligros. Y si no podemos evitarlos, nos permite que luchemos contra ellos.

Es una cualidad fundamental de la evolución biológica, por su valor como preservación de los seres vivientes. Nos facilita la supervivencia.

El ser humano ha cuidado amorosamente su miedo, lo ha utilizado como un instrumento de preservación de la vida en el planeta.

El ataque de pánico o neurosis de angustia se vive pues como la irrupción brusca y cruda de un miedo sin palabras, un ter­ror corporal que brota de una fuente desconocida e inaccesible. Y esos temores tempranos están presentes en los síntomas corporales mencionados.

La persona lucha entonces por controlarlos y ocultarlos. La situación empeora, entrando en una espiral ascendente. En este momento se hace necesaria la intervención psicoterapéutica.

CÓMO TRATARLO Y ALIVIARLO:

LA TERAPIA COGNITIVA CONDUCTUAL

El cuerpo necesita disminuir la intolerable hipersensibilidad a los síntomas de la angustia que ha ido desarrollando poco a poco. De lo que se trata es de, en lugar de negar la angustia, hacer justamente todo lo contrario: considerarla una experiencia vital. Al integrarla poco a poco en el fluir de nuestra existencia, dejará de ser un obstáculo para vivir mejor.

Dentro de las psicoterapias se recomienda la terapia cognitiva conductual enfatizando la exposición del individuo a las situaciones y actividades que le generan ansiedad y miedo.

Además, el papel de los hábitos (actividad física, alimentación saludable) también juega un rol fundamental en la respuesta terapeútica del trastorno.

Para el abordaje farmacológico es prioritaria la consulta con el médico psiquiatra.

LA FARMACOLOGÍA

El tratamiento farmacológico debe estar a cargo del médico psiquiatra.

Se emplean fundamentalmente antidepresivos y bensodiazepinas y la duración es de seis meses con posterior discontinuación lenta a cargo del especialista.

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